Por otra parte, en las últimas décadas se ha establecido como consecuencia de las grandes masacres, la protección de las minorías por ley bajo amenaza de represión penal, aunque a veces -y esto es materia de discusión- se abusa en la determinación de lo que se define como discriminatorio.
Y acá vamos a la problemática que se nos presenta: la de los padres irresponsables que van con sus críos a un restaurant, en general al mediodía, y piensan que es obligación de la sociedad hacer lugar a su ineptitud educativa dejando que los pequeños monstruos correteen por el salón, pasen por abajo de las sillas y mesas de extraños, empujen a los camareros, babeen sobre paneras y se arrastren gateando por pisos mugrientos con sus juguetes roñosos, desparramando sus bacterias por todas partes. Eso sin mencionar el griterío ensordecedor que no permite mantener una conversación en los niveles adecuados de sonido. Muchas veces somos testigos y víctimas de semejantes padres los cuales, cuando reciben un llamado de atención, ofrecen respuestas del siguiente calibre (siempre con una sonrisa de disculpas) -Se me va de las manos o -No puedo hacer nada o -Últimamente está terriblemente travieso- como si a alguno de nosotros le importara en lo más mínimo las nimiedades de la crianza.
Por eso, pese al riesgo de ser tildado de discriminador, estoy a favor de que existan restaurants prohíbidos para menores de dieciocho años donde los que hemos decidido no contribuir a aumentar la cantidad de habitantes de la Tierra, podamos comer sin ser sometidos a semejante escarnio.
*Este artículo va dedicado a mi gran amiga Lea Lino cuyas permanentes diatribas contra la parición me inspiraron hace largos años para pensar así.
Foto: © Mishavera | Dreamstime Stock Photos
Totalmente de acuerdo!
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